viernes, 5 de septiembre de 2014

Máscaras



"Quien ha sufrido mucho   -el grado de sufrimiento a que puede llegar un hombre basta casi para determinar su puesto en la jerarquía-   suele estar lleno de orgullo intelectual y de hastío, se siente impregnado y como coloreado por una certidumbre terrible, la de saber más acerca de del sufrimiento, gracias a su propia experiencia dolorosa, que los más inteligentes y sabios, puesto que ha explorado los mundos lejanos del terror en que vivió un tiempo “como en su casa”. Esos mundos de los que “otros no saben nada”…
Ese taciturno orgullo del que sufre, ese orgullo del elegido por el conocimiento, del iniciado, casi de la víctima del conocimiento, le obliga a adoptar toda clase de disfraces para protegerse del contacto de manos indiscretas y compasivas y, en general, de todo lo que no le iguala en sufrimiento. El sufrimiento profundo hace de nosotros aristócratas, aísla. Uno de los disfraces más delicados es el epicureísmo y una especie de alarde que toma el dolor a la ligera y se defiende contra toda tristeza y contra toda profundidad.
Hay “hombres joviales” que se sirven de su jovialidad para que no se los conozca, quieren que no se los conozca. Hay sabios que sirven de la ciencia para darse un aire de serenidad, porque el gusto por la ciencia hace suponer que el hombre es superficial. Quieren inducirnos a esta falsa conclusión.
Hay espíritus libres y desvergonzados que intentan ocultar y negar que tienen el corazón destrozado, orgullosos de llevar una herida incurable y a veces la bufonería misma es la máscara de una nefasta o segura certidumbre. De ello resulta que es una prueba de humanidad muy delicada respetar la “máscara” y no ejercer a tontas y a locas nuestra penetración psicológica y nuestra curiosidad."

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Friederich Nietzsche