"Quien ha
sufrido mucho -el grado de sufrimiento
a que puede llegar un hombre basta casi para determinar su puesto en la
jerarquía- suele estar lleno de orgullo intelectual y de
hastío, se siente impregnado y como coloreado por una certidumbre terrible, la de
saber más acerca de del sufrimiento, gracias a su propia experiencia dolorosa,
que los más inteligentes y sabios, puesto que ha explorado los mundos lejanos
del terror en que vivió un tiempo “como en su casa”. Esos mundos de los que “otros
no saben nada”…
Ese taciturno
orgullo del que sufre, ese orgullo del elegido por el conocimiento, del
iniciado, casi de la víctima del conocimiento, le obliga a adoptar toda clase
de disfraces para protegerse del contacto de manos indiscretas y compasivas y,
en general, de todo lo que no le iguala en sufrimiento. El sufrimiento profundo
hace de nosotros aristócratas, aísla. Uno de los disfraces más delicados es el
epicureísmo y una especie de alarde que toma el dolor a la ligera y se defiende
contra toda tristeza y contra toda profundidad.
Hay “hombres
joviales” que se sirven de su jovialidad para que no se los conozca, quieren
que no se los conozca. Hay sabios que sirven de la ciencia para darse un aire
de serenidad, porque el gusto por la ciencia hace suponer que el hombre es
superficial. Quieren inducirnos a esta falsa conclusión.
Hay espíritus
libres y desvergonzados que intentan ocultar y negar que tienen el corazón
destrozado, orgullosos de llevar una herida incurable y a veces la bufonería
misma es la máscara de una nefasta o segura certidumbre. De ello resulta que es
una prueba de humanidad muy delicada respetar la “máscara” y no ejercer a
tontas y a locas nuestra penetración psicológica y nuestra curiosidad."
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Friederich Nietzsche